llamadle efecto invernadero lo que sea
pero, simplemente, ya no llueve
como antes.
recuerdo en particular las lluvias de
la época de la Depresión.
no había nada de dinero pero había
mucha lluvia.
no llovía sólo una noche o un día,
LLOVÍA 7 días y 7
noches
y los sumideros de Los Ángeles
no estaban hechos para tragar tanta
agua
y la lluvia caía GRUESA y
MALVADA y
CONSTANTE
y se OÍA cómo golpeaba contra
los tejados y en el suelo
cataratas de agua caían desde los tejados
y muchas veces GRANIZABA
gruesos GRANOS DE HIELO
como bombas
que explotaban
que se estrellaban contra las cosas
y la lluvia,
simplemente, no
CESABA
y todos los tejados tenían goteras.
cacerolas,
pucheros
por todas partes;
goteaba ruidosamente
y había que vaciarlos
una y otra vez.
la lluvia alcanzaba los bordillos de las aceras,
invadía el césped, subía por las escaleras y
entraba en las casas.
había trapos de fregar y toallas
y la lluvia muchas veces llegaba a los
retretes, burbujeando, marrón, enloquecida, en remolinos
y los coches viejos estaban en las calles,
coches a los que les costaba arrancar hasta en
días soleados,
y los hombres que se habían quedado sin trabajo
miraban por las ventanas
a sus viejas máquinas que morían
como objetos vivos
allí fuera.
los parados,
fracasados en época de fracasos,
estaban prisioneros en sus casas con sus
mujeres y sus hijos
y sus
mascotas,
que se negaban a salir
y dejaban excrementos en
lugares impropios.
los parados se volvían locos
confinados con
sus mujeres, en otro tiempo hermosas.
había terribles peleas
mientras las notificaciones de desahucio
caían en los buzones.
lluvia y gritos, latas de alubias,
pan sin mantequilla, huevos
fritos, huevos duros, huevos
escalfados, bocadillos de
mantequilla de cacahuete y un pollo
invisible
en cada puchero.
mi padre, jamás un buen hombre
en el mejor de los casos, pegaba a mi madre
cuando llovía
y yo me lanzaba
entre ellos,
piernas, rodillas,
gritos,
hasta que
se separaban.
“te voy a matar”, gritaba yo
a mi padre. “Si le vuelves a pegar, te mato”.
“quita a este niño
hijo de puta de en medio”.
“no, Henry, quédate
con tu madre”.
todas las familias sufrían
pero creo que la nuestra
estaba sometida a un terror
mayor que la media.
y por la noche cuando intentábamos dormir
la lluvia seguía cayendo
y en la cama
en la oscuridad
al mirar la luna contra
la ventana rajada
que impedía que entrara
la mayor parte de la lluvia
yo pensaba en Noé y en el
arca
y pensaba que el Diluvio
había vuelto.
todos lo pensábamos.
y luego, de pronto,
cesaba.
parece que siempre
cesaba
a eso de las 5 ó 6 de la madrugada,
qué paz entonces,
pero no exactamente silencio
porque las cosas continuaban haciendo
Ping
Ping
Ping
y ya no había niebla
y a las ocho de la mañana
había una
ardiente luz amarilla
-de un amarillo Van Gogh-
loca, cegadora
y luego
los desagües del tejado
aliviados del caudal de
agua
empezaban a expandirse con
el calor:
PANG PANG PANG
y todo el mundo se levantaba
y miraba fuera,
todo el césped
empapado,
más verde de lo que jamás será
el verde,
y allí estaban los pájaros
sobre el césped
PIANDO como locos,
no habían comido decentemente
durante 7 días y 7 noches
y estaban hartos de
bayas
y esperaban que los gusanos,
gusanos casi ahogados,
salieran a la superficie.
los pájaros
traban de ellos para arriba
y se los echaban garganta abajo;
había mirlos y gorriones.
los mirlos trataban de espantar
a los gorriones,
pero éstos,
enloquecidos por el hambre,
más pequeños y más rápidos,
conseguían su propósito.
los hombres estaban de pie en sus porches
fumando cigarrillos,
y sabían
que había que salir
a buscar ese empleo
que probablemente no
existía, que había que arrancar ese coche
que probablemente no
arrancaría.
y las en otros tiempo hermosas
mujeres
estaban en sus cuartos de baño
peinándose,
maquillándose,
intentando recomponer
su mundo,
intentando olvidar esa terrible depresión que las atenazaba,
preguntándose qué podrían
preparar para
el desayuno.
y en la radio
nos decían que
la escuela ya había
abierto
y
poco después
allí estaba yo
de camino a la escuela,
enormes charcos en las
calles,
el sol como un nuevo
mundo,
mis padres de vuelta en aquella
casa,
y yo llegando a clase
en punto.
la señora Soreson nos recibió
con un “no tendremos
recreo como siempre, el patio
está demasiado encharcado”.
“OHHHH”, dijo la mayoría
de los niños.
“pero haremos algo especial
a la hora
del recreo” continuó diciendo
“y será divertido”.
bueno, todos nos preguntamos
en qué consistiría
y las dos horas de espera
mientras la señora Sorenson
iba impartiendo
sus lecciones
se nos hicieron largas.
yo miraba a las
niñitas, tan guapas
todas, tan limpias y
atentas,
sentadas quietas y
derechas
y su pelo era hermoso
bajo el sol de
California.
después sonó la campana del recreo
y todos esperamos
la diversión.
entonces la señora Sorenson nos
dijo:
“ahora lo que vamos a hacer
es contarnos
unos a otros lo que hemos hecho
durante la tormenta.
vamos a empezar
por la primera
fila y después las siguientes.
Michael, tú
empiezas”.
bueno, empezamos a contar
nuestras historias. Michael empezó
y siguió otro y luego otro,
y enseguida nos dimos cuenta de que
todos estábamos mintiendo, no
exactamente mintiendo pero casi
mintiendo, y algún niño
empezó a reírse y alguna
niña empezó a lanzar miradas aviesas y
la señora Sorenson dijo:
“bueno,
¡un poco de silencio!
a mí sí me interesa lo que
habéis hecho
durante la tormenta
aunque a vosotros
no”.
así que tuvimos que contar nuestras
historias y eso sí que eran
historias.
una niña dijo que
cuando salió el arco iris
la primera vez
había visto el rostro de Dios
en uno los extremos.
pero no explicó
en cuál.
un niño dijo que había sacado
la caña de pescar
por la ventana
y había cogido un
pescadito
y se lo había dado a su
gato.
casi todo el mundo contó
mentiras.
la verdad era simplemente
demasiado espantosa y
embarazosa
de contar.
y después sonó la campana,
el recreo
había acabado.
“gracias”, dijo la señora
Sorenson, “ha estado muy
bien”.
y mañana el patio
estará seco
y podremos utilizarlo
de nuevo”.
la mayoría de los niños
aplaudió
y las niñitas
siguieron sentadas
derechas y
quietas,
tan guapas y
limpias y
atentas,
con su hermoso pelo
bajo un sol que
el mundo no volverá a ver
jamás.
C. Bukowski
(Copia textual de Peleando a la contra, recopilación de fragmentos de otros libros de don Bukowski).